jueves, 9 de abril de 2009

Buena suerte, compañero

La mayoría sabéis que suelo andar con la tontería de que soy africano. Sabréis igualmente entonces que por aquellos lares el tema de la inmigración ilegal es un espinoso asunto que sensibiliza especialmente a la población por todo aquello que está acostumbrada a ver en primera persona. Escribí el artículo que pongo a continuación hace ya algún tiempo, fue publicado por el diario “El faro de Ceuta” y ahora me gustaría compartirlo con vosotros, que estáis tan acostumbrados a tratar con la diversidad; porque no siempre sabemos lo que cuesta llegar a la Tierra Prometida y quedarse. Un saludo para tod@s.



Buena suerte, compañero (tomado de El faro de Ceuta)

El otro día tuve la oportunidad de ver con sumo interés en la televisión pública andaluza un reportaje sobre inmigración, por desgracia muy de actualidad, tras otra nueva avalancha de pateras en las costas españolas. En él se entrevistaba a unos cuantos inmigrantes africanos llegados a distintas playas de Ceuta a nado, en pleno diciembre, arriesgándose a ahogar sus vidas víctimas de la extenuación o la hipotermia.
También contaban en la entrevista cómo las autoridades no les quisieron ayudar a alcanzar el sueño europeo. Se limitaron, decían, a darnos comida, techo y abrigo, pero no nos dejaron salir del recinto donde nos encontrábamos, hacinados, pero muy esperanzados ante la puerta de Europa y una vida digna. La policía llevó a un grupo de elegidos de los cientos que se encontraban en el centro de estancia temporal, al fin, camino al barco que los conduciría a la Península. Les habían contado que su situación seguía sin estar regulada, y sencillamente iban a otro centro de estancia para evitar la masificación en Ceuta, pero nada importaba: estaban mucho más cerca del objetivo, estaban siendo trasladados a Murcia y a su libertad…
Sin embargo, esto no es una película, y la historia no tiene final feliz. La cruel policía española, tras dos meses esperando y sin poder salir tampoco de este nuevo centro para inmigrantes, los metieron a todos en un autobús, camino al aeropuerto donde tomarían un avión que los devolvería a su país de origen, al infierno de realidad del que huyeron buscando una vida mejor en algunos casos, y en otros sencillamente una vida. Es desgarrador ver las imágenes siguientes en las que hombres hechos y derechos, enormes como armarios roperos de ébano, lloran desconsoladamente pataleando y pidiendo por favor que les permitan quedarse, aunque sea sin papeles y sin salir de la estancia donde han estado viviendo. Esta tragedia moderna es preocupante, lamentable y ferozmente injusta. Como injusto resulta tildar de desalmados a los que tienen que realizar el proceso de extradición y vivir el drama desde cerca. Es indignante presenciar con impotencia cómo una televisión que pagan los españoles sesga una noticia, buscando el morbo, o simplemente por culpa de la inoperancia y la falta de información. Por supuesto, no pude ver en el reportaje ninguna figura de las atacadas dando su opinión sobre el asunto.
Me enorgullezco de haber sido criado por una de esas autoridades sin piedad; una persona de profundos valores morales y humanos de los que ojalá hubiera yo aprendido una pequeña parte, una persona que he visto no poder dormir pensando en los problemas ajenos que ha vivido ese día, y que dos de cada tres saludos que recibe por la calle son de un inmigrante agradecido al que se nota la sincera sonrisa de alegría al ver a alguien que le ayudó cuando lo necesitaba. Una persona que en ocasiones, muy a su pesar, y cumpliendo con la ley y con su obligación, ha tenido que enviar a estas pobres criaturas camino a sus países. Y seguramente ninguno de los periodistas que plasmaron la desgracia de estos pobres hombres tiene puñetera idea de las cicatrices en el alma que también deja a muchos que tienen el desagradable trabajo de vivir la injusticia del mundo y la miseria ajena.
Bien podrían hacer en denunciar a las personas que aconsejan romper sus papeles a los inmigrantes para no volver a su patria, sin mencionar que eso no les permite el asilo en España, sino el limbo, o en criticar a aquellos que no pueden llamarse seres humanos y se ganan la vida mandando a la gente, previo cobrarles todo lo que tienen, en cáscaras de nuez a la muerte o la desesperación. Inhumanos son aquellos que viven de la ilusión ajena sabiendo que no están vendiendo más que caro humo; aquellos que se alimentan de las penurias de los demás.
Si de verdad vivimos en un país desarrollado, tenemos que pedir a nuestros dirigentes que dejen de hacerse fotos en el lugar de la desgracia, y hagan algo por evitarla. Pero es más fácil y hace menos ruido llamar desalmado al que tiene que llevar a cabo el resultado de la desidia del resto de la sociedad.
Estés donde estés, toda la suerte del mundo, compañero. Te deseo que alcances la vida que te mereces y que nunca nadie vuelva a utilizarte para rellenar minutos interesados de un programita, previo darte una palmada de despedida cuando te introduzcan en un avión.

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