martes, 4 de enero de 2011

Queridos Reyes Magos:

Me asomo a esta conversación anual con ustedes bajo el paraguas colectivo en el que se mueve la sociedad, que se encuentra especialmente azotada por el resultado de un nubarrón de problemas y economías tiritando. Es por ello que aunque este año he sido razonablemente bueno, y Sus Majestades saben lo complicado que ello resulta, el pudor me obliga a no hacer aflorar mi lado pedigüeño; sin embargo, ya que estamos, y como nos comunicamos tan poca frecuencia, no quiero desaprovechar la ocasión para saludarles y realizar, más que una petición, una esperanza.

En el año que acabamos de estrenar me gustaría mucho, comenzando por la grandiosa visita de los Reyes de Oriente, que todos volviéramos un poco más la vista hacia los más pequeños de cada casa, no sólo por la ternura que despiertan, sino por verdadera responsabilidad que cada ciudadano, tenga hijos o no, debería asumir en los tiempos de apatía y debilidad formativa (que no siempre quiere decir formadora) que nos azota. La infancia es cosa seria, ustedes mejor que nadie me entenderán, y no cuesta demasiado darse cuenta de que, a su manera y con su lenguaje, los niños tienen una voz que debería tomarse mucho menos a la ligera; porque si somos tan estúpidos de creer que por tener la voz aguda y carecer de experiencia simplemente dicen tonterías, éstos acabarán convirtiéndose en adultos encorbatados diciendo tonterías aún mayores, dirigiendo nuestros designios, sin mejor alternativa y con muy poco remedio.

Desearía que se diera a quien educa, en el amplísimo sentido de la palabra, el valor que realmente posee su trabajo; mejor aún, desearía que de alguna manera, todos aportáramos nuestro mayor o menor grano de arena en la playa de la educación integral, que más que una palabra que denote dieta sana, se refiere a no reducir la formación intelectual y humana a unas cuantas horas al día en periodo lectivo.

Dirijo estas palabras a aquellos que representan la felicidad de un “cachorrillo de persona” para que, ya que estamos en épocas de carestía, traigan menos regalos, es inevitable, pero con la misma inteligencia, y ojalá mejor aprovechados con unos familiares que les acompañen de vez en cuando a utilizarlos hasta el desgaste.

Decía mi abuela, que como todas las abuelas era una persona muy sabia, que “si no hay sesera, no hay sesera”, pero qué crimen está cometiendo un colectivo que no hace lo que puede para otorgar a sus futuras mentes brillantes (y a las menos brillantes en igual medida) las herramientas necesarias para que alcancen sus mayores cotas…

Queridísimos, Reyes Magos, este año me conformo con transmitirles mis inquietudes a quien sé que va comprenderlas, y si es posible y, con todo, su infinita generosidad llega hasta mi puerta, quizá esperar algún testimonial obsequio que, por supuesto, será bien recibido.

Como siempre, los polvorones y el agua para los camellos estarán en su sitio habitual. Reciban un cordial saludo y todo mi cariño:

Juanito