sábado, 20 de febrero de 2010

Consejos

En el tiempo que ando en quehaceres ciempiesosos, que empieza a ser considerable ya, cómo pasa el tiempo, he aprendido muchísimo de aquellos con los que he ido trabajando, que han ido enriqueciendo mi repertorio personal; porque especialmente en ocupaciones como las nuestras "cada maestrillo tiene su librillo", y no viene nada mal alguna que otra recomendación de vez en cuando de los que han pasado por las mismas vicisitudes.

Hace tiempo que lleva rondando mi cabeza la idea peregrina de un "recetario infantil" formado por experiencias y consejos propios y ajenos, a modo de cadena, que podría resultar, a la vez de divertido, muy instructivo. Como no soy tan ingenuo y sé que este post tendrá la repercusión mediática de un grano de arena en la playa, y no puedo pedir cooperación (además de que no tengo derecho a ello), me quedo con la idea básica de lo interesante que sería, e igualmente dejo algún consejo de mi experiencia personal para aquellos que pueda interesar, y de paso evito que esto quede soso...

- Cuando no tienes claro si un niño es pequeño o muy pequeño, pregúntale su edad: si te la dice es pequeño, y si te la muestra con sus deditos, es muuuuuy chico.

- Tu compañer@ de matinal es sagrado. Acabará siendo tu socio en la empresa o tu peor pesadilla. Salvo casos insostenibles, procura que sea la primera opción y llevarte lo mejor posible con la persona que vas a ver a diario; suele ser sólo cosa de buena voluntad y mano izquierda.

- Si un grupo de pequeños salvajes se te está desmandando y no eres capaz de captar su atención, diles que se sienten en el suelo, y te será mucho más fácil hablarles.

- Resta siempre importancia cuando te llegan heridos, aunque seas consciente de que no es así y tu reacción sea socorrerles, porque sólo conseguirás provocar un momento de histeria colectiva si te dejas contagiar.

- Una matinal nunca es igual a otra. Comprobado; ni siquiera la del mismo centro de un año para otro. Es cuestión de ir viendo que es lo que el día a día demanda.

Puede que sea cierto o no, no pretendo pontificar, pero son detalles que a mí me han funcionado. Un abrazo para todos.

domingo, 7 de febrero de 2010

La princesa y el balón

Cada sociedad cuenta con un grupo de creencias, maneras de comportarse, ideas de lo correcto e incorrecto y valores que las hacen distintas de las demás, que las caracterizan y las retratan: todo ello, con sus partes positivas y también las negativas es lo que conocemos como cultura. A medida que el tiempo va transcurriendo la evolución de las personas va adaptando dichas reglas no escritas a la nueva manera de vida, constituyendo la nueva “mentalidad colectiva y aprobada”. Así es y supongo que así debe ser.


Y en esas nos topamos con que, mientras en nuestro ámbito, los hombres no se visten con faldas, en Escocia lucir el kilt es motivo de orgullo; o poder observar que, mientras hace tiempo sólo se vestían las mujeres de rosa, ahora ese color también forma parte del fondo de armario masculino. Todo esto viene como introducción a exponer que la cultura pede suponer una forma de enseñarnos a convivir con nuestros semejantes de igual modo que, mal usado, puede lastrarnos mucho más de lo que imaginamos.

Como ejemplo me centraré en el “aprincesamiento” que han sufrido y siguen sufriendo las niñas. Siempre me ha resultado una soberana imbecilidad esa aspiración de las pequeñas por ser princesas que esperan a un príncipe que las quiera mientras se peinan los tirabuzones vestidas de riguroso rosa pastel. Afortunadamente, luego se les va pasando la locura transitoria, pero siempre queda la posibilidad de roles residuales cuando una o uno lo va asimilando desde muy pequeño, que es cuando son esponjas; y de ello mucho tienen la culpa familiares, televisión y Walt Disney (tenía que decirlo).


Me da un vuelco en los higadillos cada vez que oigo “a mi lo que me gustan son las películas de princesas, porque soy una niña”, “el deporte es cosa de chicos” (seguro que en eso estaba pensando Arantxa Sánchez Vicario cuando ganó su primer Roland Garros), “no se viste de rosa”, o “búscate un hombre que te quiera” (y te tenga llena la nevera, como si una fuera incapaz de abrirla solita). Parece mentira que haya siquiera que decirlo, pero estas cosas todavía ocurren. El otro día me contó una mamá con aire guasón que a su retoña de 3 añitos le habían traído los Reyes Magos una cocinita, un cubo y una fregona “para que se vaya acostumbrando”. La profunda tristeza que me invadió lleva mordisqueándome desde entonces, y no he parado hasta compartir mi vergüenza ajena con vosotros…