martes, 22 de noviembre de 2011

Lo contrario a la democracia

Como tocaba cuando a una persona le pillan las elecciones fuera de su hogar, solicité ejercer por vía postal mi derecho al voto, en esta ocasión más obligación de ciudadano. Entre mi solicitud tardía y el colapso lógico a la hora de recibir la papeleta, me encontré en la oficina de Correos la última tarde y a última hora y, claro, la cola era exactamente de ochenta y tres personas. Como esta vez no iba muy convencido a votar porque el panorama político, sea del color que sea, no es de mi agrado, ese estado de ánimo y la tienda de campaña que parecía que iba a tener que montar allí para enviar un sobrecito hizo que decidiera olvidarme del asunto, irme por donde llegué y no perder un solo minuto más de mi vida en aquello; no es un gesto del que sentirse orgulloso, pero si no soy del todo sincero me parece que el testimonio carece de valor. Entonces ocurrió algo. Justo delante de mí había un muchacho de unos veintipocos con la papeleta fuera del sobre, expuesta sobre la mano izquierda, y a su lado el documento de identidad. Con la mano derecha sostenía el teléfono móvil con el que se grababa a sí mismo en un “acuse de recibo” metiendo la papeleta y entregándola al empleado que se encargaba de la gestión. La grabación incluía un instante enfocando su propio rostro para cualquier comprobación de que la foto del DNI se correspondía con la persona que votaba.

Habían asegurado por televisión el día anterior que unos desalmados aprovechaban las elecciones para comprar el voto por Internet por una suma cercana a los cien euros, y recuerdo que pensé sin más “hay gente para todo”, pero verlo directamente me causó gran impacto y un irracional, extrañamente visceral deseo de defender la democracia que arropa un proceso electoral que ya he comentado no me tenía entusiasmado, lo cual no deja de resultarme todavía llamativo. Ver la desfachatez con la que actuaba aquel tiparraco que ignoraba las caras censuradoras de los demás, y al que la ausencia de pruebas de lo que estaba haciendo con exactitud le otorgaba cierto porte chulesco de impunidad, me impulsó a no abandonar la cola, y ya que no podía evitar lo que estaba viendo, la no se si absurda idea de participar con mi voto libremente para “contrarrestar” aquella opinión contagiada por intereses particulares me hizo pasar allí horas hasta que llegó mi turno. Fue una reacción insólita en alguien que se tiene como bastante templado y descreído en asuntos políticos, pero el caso es que me sentí mejor, y me abandonó esa sensación de no formar parte de nada que me mordisqueaba los adentros cuando sopesaba mi no participación cívica y social. Es verdad que a veces tenemos que ver atacado de la manera que sea lo que tenemos para que seamos conscientes de que en realidad nos importa, y no se me ocurre nada más opuesto a la democracia que disponer de tu voto y del de otra persona porque posees dinero para pagarle por ello. No merece la pena discernir cuál era el partido político que había conseguido la “confianza de este fiel seguidor”, porque supongo que sería bastante injusto por mi parte, pero si triste es vender tu voluntad al mejor postor, repugnante es la palabra que se me viene a la cabeza cuando pienso precisamente en el postor que ejerce el poder que tenga para someter la opinión de los demás. Creo que se trata de una por fortuna anecdótica historia de trastienda que merecía la pena compartirse.

martes, 4 de enero de 2011

Queridos Reyes Magos:

Me asomo a esta conversación anual con ustedes bajo el paraguas colectivo en el que se mueve la sociedad, que se encuentra especialmente azotada por el resultado de un nubarrón de problemas y economías tiritando. Es por ello que aunque este año he sido razonablemente bueno, y Sus Majestades saben lo complicado que ello resulta, el pudor me obliga a no hacer aflorar mi lado pedigüeño; sin embargo, ya que estamos, y como nos comunicamos tan poca frecuencia, no quiero desaprovechar la ocasión para saludarles y realizar, más que una petición, una esperanza.

En el año que acabamos de estrenar me gustaría mucho, comenzando por la grandiosa visita de los Reyes de Oriente, que todos volviéramos un poco más la vista hacia los más pequeños de cada casa, no sólo por la ternura que despiertan, sino por verdadera responsabilidad que cada ciudadano, tenga hijos o no, debería asumir en los tiempos de apatía y debilidad formativa (que no siempre quiere decir formadora) que nos azota. La infancia es cosa seria, ustedes mejor que nadie me entenderán, y no cuesta demasiado darse cuenta de que, a su manera y con su lenguaje, los niños tienen una voz que debería tomarse mucho menos a la ligera; porque si somos tan estúpidos de creer que por tener la voz aguda y carecer de experiencia simplemente dicen tonterías, éstos acabarán convirtiéndose en adultos encorbatados diciendo tonterías aún mayores, dirigiendo nuestros designios, sin mejor alternativa y con muy poco remedio.

Desearía que se diera a quien educa, en el amplísimo sentido de la palabra, el valor que realmente posee su trabajo; mejor aún, desearía que de alguna manera, todos aportáramos nuestro mayor o menor grano de arena en la playa de la educación integral, que más que una palabra que denote dieta sana, se refiere a no reducir la formación intelectual y humana a unas cuantas horas al día en periodo lectivo.

Dirijo estas palabras a aquellos que representan la felicidad de un “cachorrillo de persona” para que, ya que estamos en épocas de carestía, traigan menos regalos, es inevitable, pero con la misma inteligencia, y ojalá mejor aprovechados con unos familiares que les acompañen de vez en cuando a utilizarlos hasta el desgaste.

Decía mi abuela, que como todas las abuelas era una persona muy sabia, que “si no hay sesera, no hay sesera”, pero qué crimen está cometiendo un colectivo que no hace lo que puede para otorgar a sus futuras mentes brillantes (y a las menos brillantes en igual medida) las herramientas necesarias para que alcancen sus mayores cotas…

Queridísimos, Reyes Magos, este año me conformo con transmitirles mis inquietudes a quien sé que va comprenderlas, y si es posible y, con todo, su infinita generosidad llega hasta mi puerta, quizá esperar algún testimonial obsequio que, por supuesto, será bien recibido.

Como siempre, los polvorones y el agua para los camellos estarán en su sitio habitual. Reciban un cordial saludo y todo mi cariño:

Juanito