viernes, 1 de enero de 2010

Queridos Reyes Magos:

Tras mis infructuosos intentos de los últimos años por contactar con Vuestras Majestades he llegado a la conclusión de que se debe de haber mucho de leyenda en lo que se refiere al tema de la omnipotencia y a buen seguro resulta complicado llegar a todos los sitios sin las indicaciones adecuadas. Como este año he sido bueno y mis intereses en forma de presente navideño no difieren de aquellos que he ido apuntando en el pasado, he decidido que estas líneas van a tener el importante cometido de especificarles la dirección a la que debe llegar el producto de su generosidad.

Mi ciudad se llama Ceuta y es pequeñita, pero acostumbrada a sentirse deseada, consciente de ser pieza clave del tablero y puerta de civilizaciones desde tiempo inmemorial. Coqueta como pocas, se lava la cara justo antes de echarse a dormir, y recibe con los brazos abiertos a cualquier visitante que se acuerde de ella. Por sus calles se respira pluralidad, y de igual modo puedes saludar a Manolo, Mohamed o Samuel que toparte, soportando estoicos los elementos, con Gandhi, Enrique el Navegante, la benemérita o la mismísima cabra de la Legión. Así somos nosotros: elegantes corbatas como las de los políticos de sonrisa lobuna y beso de la muerte que nos representan o lo pretenden que adornan nuestras querencias por el bocata de pinchos de pollo. Esta tierra árida que nos da cobijo, a la vez nos hace mirar con malos ojos al mismo vecino que abrazamos cuando nos lo topamos en territorio ajeno mientras pasea orgulloso nuestra enseña albinegra; porque, ésa es otra: en cualquier evento de relevancia hay un ceutí mostrando su bandera a la cámara.

Si con todo ello aún no se sitúan, debo añadir que sólo han de acercarse lo más al sur que la Iberia peninsular les permita y seguir la música potente que sale de ese primer automóvil con los cristales tintados que se encuentren.

Finalmente, y para que no reste duda alguna, Ceuta es ese sitio privilegiado con playa y montaña cuyos atardeceres enamoran al ser más frío del mundo y la bravura de sus mares inspiraron e inspirarán a los poetas. Es el destino lejano que no cambiaría por nada en estas fechas y, con todas sus espinas, aunque mi corazón tenga nidos dispares, un sitio que nunca podré dejar de llamar hogar.

Puede que se topen para llegar con alguna dificultad si el viento de levante azota con fuerza, pero no deberían tener problema para localizar caminos alternativos, teniendo en cuenta el medio de transporte del que disponen ustedes. Los polvorones y las copitas de anís estarán donde siempre, y si tienen a bien hacerme una visita, les estaré eternamente agradecido. Reciban Vuestras Majestades un caluroso saludo y hasta el año que viene.

Juanito

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